“Yo nunca seguí las reglas o un orden preestablecido”
Horacio G. Vallejos, el “simple” plomero y electricista proveniente de Córdoba Capital fanático de la adrenalina y de vivir el momento.
Horacio Gustavo Vallejos es plomero, electricista, gasista y trabaja con cloacas. Nació en Córdoba Capital y es el tercero de cinco hermanos. Hijo de un técnico constructor primero (¿?) y una docente. “Tengo a la fecha 67 años, en esos 67 años pasaron muchas cosas.” Dice entre risas, sentado en una silla con la ropa del trabajo puesta. Es jubilado del Banco Nación, pero a veces vuelve a dar una mano. Su mirada transmite una profunda calidez y orgullo, dispuesto a contar cualquier cosa que se le pregunte de su vida menciona: “yo nunca seguí las reglas o un orden preestablecido de cómo hacer las cosas, yo tenía ganas de hacer algo y lo hacía.”
-¿Cómo fue tu juventud Horacio?
-Cuando yo egresé del colegio empecé a estudiar ingeniería y también a trabajar en un taller, porque el papá estaba mal y me daba no sé qué pedirle plata. Justo en ese momento empezaba una época muy problemática con los militares. En mi familia mi padre era radical y mi hermano mayor y mi hermana que me seguía peronistas. Yo era más socialista y empecé a juntarme con pequeños grupos, lo que terminaron siendo el E.R.P. (Ejército Revolucionario del Pueblo) y los Montoneros. Después de un tiempo me separé de ellos, yo no comulgaba con la violencia. Hasta el día de hoy me considero un socialista. Si no he tenido empleados es porque no he querido vivir del esfuerzo del otro.
-¿Hiciste el servicio militar? ¿Cómo fue esa experiencia?
-Sí, cuando viene la época del golpe militar, en el año 75´, yo fui parte de una de las últimas camadas que hace el servicio. Me llevaron a Buenos Aires a la marina, un servicio de 18 meses. Cuando llego, tengo que dejar de estudiar y también dejar un pequeño negocio que tenía, un tallercito. En el servicio, plena época de golpe, me asignaron estar en una oficina como telefonista. Un día viene un oficial y me dice: “Desde mañana a usted le toca hacer guardia” No, imposible, a mí no me gustan las armas y no quiero saber nada con las armas, le respondí. “Usted va a hacer guardia” insistió el oficial. Usted me pone a mí las armas y yo se las voy a dejar ahí, le respondí yo. “Lo voy a meter preso.” Usted haga lo que tenga que hacer, pero si me dan las armas yo las voy a dejar ahí, le reiteré. Una noche, me agarran, me ponen todas las armas y me dicen: “usted se va a ir a ese puesto que está ahí y ahí se va a quedar. Cada dos horas vamos a ir y lo vamos controlar.”
-¿Y qué hiciste?
-La primera vez que llegaron para el primer control, yo estaba sentado sin el chaleco y sin el arma. De ahí me agarraron de las pestañas y me dieron 30 días de calabozo. Era una celda con solo un colchón. Me sacaron el cinto y los cordones. ¿Pero qué pasaba? como yo había estado en telefonía y en esa época el teléfono era a clavija, ellos tenían que pedir la comunicación, yo discaba afuera y podía escuchar todo lo que hablaban. Les sabía los entuertos a todos. Al Cabo con la sirvienta, con la amiga, con la vecina. Por supuesto que los 30 días encerrado los tenía que cumplir, pero cuando quería algo le decía al oficial: che voy a ir a buscar algo a la cocina. “No, no se puede.” Respondía. Yo lo miraba y le respondía: mira que le voy a decir a tu señora lo que haces. Y así fue que logré pasarla un poco menos mal, pero tuve suerte, podrían haberme hecho algo muy malo.
-¿Qué pasó cuando volviste del servicio?
Retomé la universidad. Mi papá empezó a tener una empresa y yo le ayudaba con la parte de materiales. Pero cuando empecé a andar en auto me di cuenta que tenía mucha adrenalina adentro, un exceso. Tuve muchos accidentes, afortunadamente no herí a nadie hasta que un día choqué bastante fiero, le pegué a un jeep y lo destrocé. Empecé a buscar la forma de liberar esa adrenalina que tenía. Yo hubiera querido ser un corredor de autos o corredor de motos. No se podía, no había plata.
-¿Y qué hiciste?
Escuché por ahí que había cursos de paracaidismo. Hice un curso de dos meses y empecé a saltar. Desde esa fecha he tenido muy pocos accidentes grandes. Yo descargaba mi adrenalina ahí y con eso después durante la semana ya era una seda. Además, empecé con un grupo bastante lindo, de varios chicos y dos chicas. Empezamos a asistir a competencias, porque ya no me bastaba con que solo tenía que saltar, tenía que estar al límite.
-¿Hasta que edad lo hiciste?
-¿A full? Hasta los 27 años.
-¿Cómo terminaste acá?
-Yo trabajaba en el Ipv (Instituto provincial de la vivienda) de Córdoba. En el 89´ habíamos realizado las inscripciones para la entrega de cuatro barrios acá en Río Iv, y ahí conocí la ciudad. Luego en el 92´viví en Italia por unos meses con la Flaca (su esposa), donde vivía mi hermano y mi madre. Allí mi mamá fallece atropellada y entonces decidí volverme. Cuando volví tuve la suerte de que por un mes todavía podía pedir el reingreso con un sueldo bajísimo, pero sin pagar alquiler. El Ipv nos había dado una casa como préstamo. Había dos compañeros que habían abierto una delegación acá, les pregunté si les hacía falta alguien y me dijeron que sí.
-¿Y qué te convenció para quedarte?
Había mucho trabajo y nos llevábamos bien con los chicos. Con ganas de hacer más cosas, me asesoré en el famoso C.E.D.E.R., un centro para mayores. Ahí hice curso de electricista, gasista, plomero y cloacas. Terminaba de trabajar con el Ipv y salía con la bicicleta y un guardapolvo marrón al que yo le había puesto “Vallejo Service, Elec y Plom”, o algo así. Me iba con la bici cargada adelante y atrás. De una punta de la ciudad a la otra.
-¿Cómo empezaste a trabajar de plomero y electricista a tiempo completo?
La idea era dejar el Ipv y que me conocieran los corralones de acá para tener crédito. Yo necesitaba que me fiaran cosas para ir arreglarlas o cambiarlas y después de cobrar y pagárselas, pero no me conocía nadie aquí. Algo tenía que hacer para que me conozcan. Empecé a ir a un lugar llamado Acel Gas, que era una sociedad frente a los bomberos, y del otro lado la otra cuadra a Gianotti. Iba día de por medio y les compraba un cuerito a cada uno. Era un solo cuerito, pero lograba que ellos día de por medio me vieran. A los 15 días se me da que tengo que cambiar una canilla. Fui a ambos lugares y les dije: “che mira, tengo que poner esta canilla y me faltan 20 pesos, ¿me fías?” Gianotti me dijo que no, pero en Acel Gas me dijeron que sí, porque yo venía siempre. Ellos no sabían ni quien era, simplemente me veían día por medio comprando un solo cuerito. Haciéndome el canchero les sacaba charla. ¿Y, cómo anda el trabajo? Me preguntaron. Bien tengo que arreglar un baño, y mañana tengo que instalar todo nuevo, les respondí yo. ¡Todo mentira! Pero tenía hacer como si tuviera trabajo. Entonces así empecé. Me empezaron a dar fiado y a partir de ese fiado se me empezaron a abrir cuentas, ya podía inclusive ganarle un peso al material.
-¿Cómo entraste al Banco Nación?
Un buen día cuando estaba haciendo uno de los cursos y viene este muchacho Rufino, profesor de mecánica y empleado del Banco Nación. Se me acercó y me preguntó si podía ir a cambiar un cuero ahí en el banco porque el plomero que había no trabajaba bien. Dos meses después fui y le arreglé el baño. Estando ahí vi en una rejilla del piso la marca de un destornillador hundido. Resulta que el anterior plomero iba, arreglaba, y después rompía otra cosa para que lo volvieran a llamar. No lo llamaron más y ahí yo empecé con la parte de plomería. Después, cuando el electricista del banco se jubiló, empecé a encargarme también de la parte de electricidad.
Horacio ya jubilado dice que su vida “irá para los vientos que mejor soplen”. Le falta hacer un salto de readaptación de paracaidismo y “empezar a vivir yo. Me merezco disfrutar. Las cosas que quiero hacer, y el ritmo de vida que quiero. Para mi cambió mucho la vida cuando me di cuenta que era capaz de hacer las cosas, y no que era un alocado. Poniéndole mucha pila. Aun en los peores momentos, es donde más pila se le pone.”
Estudiante de Comunicación Social, UNRC.