El Don de la palabra

Desde los márgenes de Río Cuarto, el cantautor y poeta Miguel Ángel Toledo se sumerge en el barro de la historia para contar las postales cotidianas de la ciudad


Miguel Ángel Toledo – “el Negro”, como lo llaman todos-, nació en el seno de una familia trabajadora, en el ambiente campestre de la localidad de General Cabrera, en los años ’50, con el cancionero popular como música de fondo. “Desde mi más tierna infancia al recuerdo más lejano lo encuentro poblado de cantores y músicos”, dice hoy este hombre morocho de mirada penetrante, que habla de su abuelo, el hombre que le hizo tocar por primera vez una guitarra. “De él aprendí la esencia de la comunicación oral, de la historia y de la vida a través del cancionero”, insiste. Hace más de cuatro décadas que Toledo, compositor e intérprete de sus propios versos, canciones y melodías, reside en Río Cuarto, ciudad de la que se nutren poemas y canciones. Conocido y reconocido por propios y extraños, tanto por su talento como por su compromiso social, el “Negro” Toledo fue declarado “Ciudadano Ilustre” en 2006 por el Concejo Deliberante.

“Miguel es un hombre importante de la cultura argentina, fundamentalmente de la poesía y el canto; el escenario clásico es el ámbito donde mejor dice y donde mejor se mueve”, dice Omar Isaguirre, periodista e historiador, a cargo del Archivo Histórico Municipal. “Es un verdadero privilegio tener un pedacito de la amistad del Negro”, admite a renglón seguido, consciente de que la dimensión artística del cantautor popular trasciende claramente las fronteras del “Imperio”.

Toledo comenzó a escribir sus versos a los 18 años. Los compartía con su familia en el patio de su casa, o con sus amigos en el boliche. Necesitaba expresar sus vivencias cotidianas, llegar al otro a través de gestos y palabras. “La verdad que armar poemas nunca me resultó fácil porque carezco de algunos medios de formación para ello -admite Toledo-; el vehículo que me lleva a escribir son las emociones. Para decir y expresar lo que siento debo sentir algo profundamente; jamás dejaré de apostar a la palabra porque es lo que amo”.

Con la ayuda de Isaguirre, Toledo publicó en 2005, en la editorial Cartografías, su primer libro de poemas. ¿Por qué recién en 2005? Porque se considera un juglar y sus versos se pierden en peñas y encuentros musicales. Nunca se había planteado publicar. Pero un día ocurrió y él se dejó llevar: “Ocurrió como tantas cosas en la vida, como sucedió conocer a Armando Tejada Gómez y a Hamlet Lima Quintana, poetas importantes que se convirtieron en grandes amigos”, dice con orgullo.

En las décadas del ´60 y 70, Toledo tocó muchas veces en el Festival Nacional del Folklore en Cosquín y en el año ´75 obtuvo el Premio Revelación: “Era muy jovencito cuando participé del gran festival; viajé muy ilusionado a compartir mis versos, porque siempre fui un enamorado de mis escritos”, asegura. “Creo que ese festival siempre fue y sigue siendo el caldero en donde se funden las ilusiones de todos los cantores del país y la región latinoamericana, a pesar de todas las críticas y su sentido comercial. Ahora son otras las músicas -advierte-, pero sigue convocando a grandes artistas”.

– ¿Qué lo sostiene como poeta y cantautor?

-Como siempre digo, lo que me sostiene y en lo que me baso cuando escribo es el lugar donde nací, los abrazos, los afectos y la gente que amo. El nacimiento de mis hijos fue el acontecimiento más hermoso de la vida; a partir de ese momento sabes que nunca vas a estar solo porque has sido un árbol que dio frutos maravillosos, y esos frutos te acompañarán por el resto de la vida.

– ¿Su voz expresa a otros?

– Mi familia y mis amigos apoyan esta forma de decir, este derrotero que tienen los cantores, precisamente, porque nos consideran su voz. Pero yo no creo que los cantores seamos eso, creo más bien que la gente tiene su propia voz y solo debe descubrirla.

Programa UniRioTV: Conversaciones en la Casa con Miguel Ángel Toledo 

Los frutos

“Siempre digo que el arte salva vidas porque da esperanza a aquellas personas que trabajan y se esfuerzan por aquello que sueñan”, dice Rocío Toledo, hija de Miguel Ángel. Docente graduada de Artes Visuales en la Escuela Superior de Bellas Artes Líbero Pierini, sus obras la rodean mientras intenta definir a su padre: “Es difícil hablar sin emocionarse porque tenerlo como papá es un hecho que celebro cada día; tengo la sensación de estar parada siendo una niña y observar un árbol con raíces enormes, arraigado al suelo, desde donde empuña y alza sus brazos para abrigarnos con una canción”.

“Él es mi referente -añade mientras su voz rezuma ternura-, más aún ahora que mientras voy creciendo, voy comprendiendo también el sitio del arte en la vida de las personas; y en su vida, el sitio del arte en la mía. No puedo hablar de mi papá sin hablar de su compromiso con la palabra en todas sus significaciones y sentidos posibles: la palabra empuñando la ternura, la palabra en la calle, la palabra popular, la palabra para todes, lejos de la mentira, siempre defendiendo aquellas verdades silenciadas. Todo eso es mi papá”.

Juglar, trovador, poeta, músico, Miguel Ángel Toledo vuelve una y otra vez a la palabra, siempre la palabra. Es su vehículo de unión y expresión, una referencia hecha piel.

– ¿Qué lugar ocupa el arte y la palabra en su vida?

– Lo fundamental en la vida de todas las personas es el arte. El arte es eso que nos rescata de lo cotidiano que se nos presenta a veces como el fin de los tiempos, el fin de los días. Cada uno, individualmente, más allá de si practica o no una disciplina artística, es arte y no artesanía.

Toledo asegura que todo aquel que silba, lee o escucha, hace arte. Y que la palabra es un vehículo que permite la unión con el otro, el hecho que impulsa a seguir viviendo, un derecho de todos y no una mercancía. Toma la guitarra, su compañera fiel, e interpreta un fragmento de su “Milonga de fin de siglo”:

“Resistamos compañeros juntando leñita ardiente

que no quedará pan crudo cuando el horno se caliente.

Lo dicen como al descuido que ya no hay ideologías,

que ya no somos un pueblo, comunidad, toldería,

sino simple mano de obra barata de pasantías,

antojos de un patrón lejos que nos digita la vida”

 

 

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