Las Águilas del Imperio: un equipo que derriba muros y construye valores
Como cuenta un fuerte relato, las águilas a la mitad de su vida deben atravesar una fuerte transformación para no morir. Renuevan sus alas, sus plumas y su pico para vivir la segunda etapa de sus vidas. Esta historia de renacimiento es el signo y emblema del equipo Las Águilas del Imperio, unidos por un deporte.
Las Águilas es el equipo de rugby de la Unidad Penitenciaria N°6 de la ciudad de Río Cuarto. El principal objetivo del proyecto es favorecer la reinserción social de las personas privadas de su libertad, un proceso de transformación a través de este deporte y sus valores. Se cumplió un año de su nacimiento, que conmovió a muchísimas personas y cambió la vida de muchos presos y voluntarios. Máximo Deym ingeniero e impulsor de esta iniciativa en la ciudad, se inspiró con videos y fotos de la Fundación Espartanos, el reconocido equipo de rugby de la Unidad Penitenciaria 48 de San Martín, provincia de Buenos Aires. Junto con un equipo de 15 voluntarios, profesores y ex jugadores de rugby lograron replicarlo en la ciudad de Río Cuarto. “Es un proyecto muy importante, están claros los valores que transmite una actividad deportiva como el rugby, luego de ver el impacto que causó en la Ciudad de Buenos Aires, fue muy bueno haber traído la iniciativa a la ciudad y ver la cantidad de gente que se sumó, provocó que se fortaleciera” comenta Martín Herrera Subsecretario de Deportes de la Municipalidad de Río Cuarto.
Tomaron su nombre a partir de un fuerte relato. Este cuenta que las águilas pueden vivir 70 años, pero a los 40, deberán tomar una seria y difícil decisión. Su pico y sus garras se ponen débiles y ya no tienen la posibilidad de cazar y comer. Sus alas envejecen y se tornan pesadas y de plumas gruesas. Volar se le hace ya muy difícil. A partir de allí estas aves tienen dos opciones, o dejarse morir o volar a la montaña y aceptar el sacrificio de transformación durante 150 días. En este proceso las águilas deben arrancarse sus plumas y golpear su pico y uñas contra las rocas, para permitir la renovación. Cuando lo logran, abren sus alas y vuelan para vivir su segunda etapa de vida. Esta historia de renacimiento es el signo y emblema de este grupo, unidos por un deporte.
Todos los martes desde hace un año entrenan. Su cancha está al fondo del penal, pasando el patio grande. Los lunes a la mañana tienen un espacio más centrado en la espiritualidad y valores, allí se charla más de la vida, se hacen talleres donde los jugadores tienen más oportunidades de compartir y de abrirse ante otros. “El primer día de entrenamiento fue muy anecdótico porque logramos formar grupos entre los chicos de distintos pabellones, generando terror a la jefa de educación del servicio penitenciario, ya que todos están separados en distintos pabellones por cuestiones de conflicto, y nunca los mezclan” relata Máximo Deym.
El equipo de voluntarios trata de enfocarse en los valores que el rugby tiene y también en los valores que tiene la persona. A través de distintas dinámicas, como cantos, juegos, reflexiones y cuentos, los chicos se abren y están predispuestos a lo que les hacen hacer. A través de los valores y la espiritualidad, más allá de la fe que profesan, sientan que se pueden sostener, ese es uno de los desafíos del equipo de trabajo de Las Águilas.
“Lo que tratamos nosotros es vincular lo trabajado en el taller de los lunes, en el entrenamiento de los martes. Si el lunes se habló del respeto, el martes trabajamos el respeto en el equipo. Es la mejor forma de salir adelante, a través de un deporte, especialmente en equipo, el respeto, la disciplina y el rugby en especial” comenta Deym.
Ansiosos por salir a entrenar, los Águilas pasan noches sin dormir con muchas ganas de jugar. Se reúnen en la puerta de la capilla de la cárcel, esperando a su equipo. “Siempre nos reciben con mucho afecto. abrazos y mucha alegría” comenta Alejandra Olguín, coordinadora de Área Valores y Espiritualidad.
El deporte en sí tiene mucha exigencia física, el equipo de entrenadores de Las Águilas siempre llevan a los chicos al límite, terminan cansados pero les sirve para despejarse. La frase que siempre repiten ellos es: “Estuvimos libres 2 horas”. Es una oportunidad más de salir para ellos y poder respirar otro aire. “Era una sensación tan hermosa cuando nos llamaban a jugar. Nos sentíamos como en casa” relata Juan un águila ya en libertad. La cancha es de tierra, una tierra que respira y se siente en la cara de los jugadores, sobre la mirada expectante del equipo de voluntarios, que también son felices.
Tienen la posibilidad de jugar partidos con equipos de afuera de la cárcel, como Urú Curé, Jockey, el Aero. Un día por iniciativa de la cárcel, permitieron que entren familiares a ver los partidos. Así cada uno invitaba un familiar, lo que para ellos fue muy fuerte que los fueran a ver ahí. Uno de los chicos en particular hacía mucho no se hablaba con su padre, y que él haya ido a verlo jugar fue un gran momento de encuentro. Los padres estaban orgullosos de que sus hijos hagan deporte.
Cuando juegan todo se pinta de otro color, a pesar del encierro hay una sensación que invade el ambiente. Los muros se derrumban, no hay afuera ni adentro, hay libertad. Desde la mirada expectante de los guardias, que parecen estar disfrutando del partido como ellos, pero como hinchas.
A partir de ese momento, no son más compañeros de presidio, son hermanos, son amigos. Ellos mismos se alientan cuando alguno está bajoneado, “VAMOS SOMOS ÁGUILAS” es su ritual que siempre está presente. Han logrado reunirse, charlar, compartir, tener ideas, generando una amistad donde se empiezan a ayudar y sostener entre ellos. Cuando uno sale en libertad, todos están muy alegres, lo viven como propio. Antes lo vivían como algo individual, y ahora lo viven todo como equipo. Su conducta ha cambiado.
“Los chicos empezaron a cambiar mucho, a contenerse entre ellos, a cambiar su lenguaje, la forma de hablar y ellos mismos se dan cuenta. El que estaba siempre serio ahora empieza a sonreír” relata Deym orgulloso. Muchos chicos experimentaron lo que era recibir un abrazo por primera vez, y fue en ese contexto, en Las Águilas. Siempre se mostraron muy respetuosos, agradecidos, valoran el espacio y lo cuidan. Hay confianza, amistad y hasta cuentan chistes. Ellos ahí pueden expresarse como son. “Jamás escuché una mala palabra, jamás se han desubicado, al contrario, siempre con mucho respeto. Es un ambiente donde generalmente se da mucho el tema del machismo, y personalmente no lo viví así. Hay un respeto terrible. Cuando no vas, te preguntan qué te pasó, si estabas bien y que te habían extrañado” añade Alejandra con una sonrisa en su rostro.
Ellos son el descarte para la sociedad, y ellos lo sienten así. Ellos valoran muchísimo que su equipo de voluntarios vaya con una sonrisa, les lleven criollos para merendar, los abracen, les digan que los quieren, son muy agradecidos. Hasta te dan las gracias por ir a “perder el tiempo” con ellos o “animarte” a estar ahí. Pero lo que ocurre es todo lo contrario.
La gente que no comprende esta iniciativa comenta que deben pudrirse en la cárcel, que es un lugar de castigo, no de reforma o transformación. Pero lo que se olvidan es que esta persona es parte de la sociedad, en algún momento va a salir y va a tener que salir mejor de cómo entró y no peor.
“En el servicio penitenciario, gana el director porque tiene menos conflictividad, gana el guardia porque no tiene problemas en los pabellones, gana el de educación porque los chicos van al colegio. Es un proyecto que te motiva porque ves las transformaciones que se producen” concluye Deym.
El objetivo como proyecto y como equipo, está en el afuera, cuando ellos salen tienen que estar preparados para reinsertarse en la sociedad, eso es lo más importante. Los chicos dentro del penal hacen cursos, de carpintería, peluquería, computación. Son muchas cosas que ellos tienen, así para cuando salgan tengan herramientas para emplear en algún trabajo. “Tienen un futuro por delante y que puedas ayudarlos de esta manera, dandoles otra oportunidad y herramientas, a mí me anima muchísimo” comenta Alejandra.
Ellos cuentan sus historias y saben que por esas historias se han equivocado. Se animan a llorar delante de todos, lloran porque no pueden ver a sus esposas, porque ven a sus hijos que se van llorando en las visitas para luego tener que volver a la celda. Les gana el corazón. De ese lugar salis movilizado, quebrado de la emoción, aprendiendo a valorar lo que uno tiene, la libertad, disfrutar del pasto, poder abrazar y besar. Se pasan de largo muchas cosas.
Ellos contagian lo que están viviendo a otros, así se van sumando caras nuevas al equipo. Cada uno de ellos es valioso, todos son dignos, todos pueden aportar y generar en ellos confianza y seguridad. Que sientan que pueden, en lo deportivo y personal.
“Se va logrando de alguna manera lo que queremos lograr. Para nosotros es una alegría y un desafío ” concluye Alejandra Olguín.
Águila en libertad. La historia personal de transformación
Ex preso y ex Águila. Juan Villareal es oriundo de la ciudad de Córdoba capital, sus primeros años en la cárcel fueron en Bouwer, penal ubicado en las afueras de esa ciudad. Un día Juan participó de un conflicto con los internos del penal donde hubo varios heridos. Lo sacaron del pabellón por ser el agresor y al mes lo transfirieron a Río Cuarto. Allí se unió a un grupo de chicos denominado “las ovejas”, aquellos que buscan a Dios cada día, se esfuerzan por cumplir la palabra de Dios, se ponen límites y alientan a otros que dejen la droga y que aprendan a respetarse el uno al otro.
Luego fue el momento de Las Águilas, cuando Juan escuchó la palabra rugby, salió corriendo y fue el primero parado en la puerta. Se anotó y a partir de allí nunca dejó de asistir a los entrenamientos y a los partidos. “A mi me apasionaba el rugby, pero mis padres me decían que no porque era un juego muy bruto, que podía terminar lastimado” relata Juan.
Los que empezaron desde un principio a jugar fueron muy pocos, pero quisieron difundirlo. Comenzaban a hablarle a los demás presos para que se sumaran. Y así fueron sumándose hasta 100 personas hasta que terminó siendo un grupo estable de 40-50 jugadores.
Juan relaciona el momento en que los llamaban a jugar como si estuviera en su casa hace mucho tiempo atrás. “Pamela, la encargada del área de educación, iba pabellón por pabellón a decirnos “Chicos vamos a jugar al rugby, vamos” era realmente como una madre llama a sus hijos. “Era una sensación tan hermosa” relata. Pamela los cuida, cuando uno se golpea va y le pregunta cómo está. Transmite mucha inspiración y garra a los chicos.
El equipo de Las Águilas, tanto jugadores como voluntarios, es una familia para Juan, se cuidan entre todos, se ayudan a levantarse, aprenden grandes valores, todos están al servicio de todos. Él relata personalmente lo que sintió en las reuniones de equipo: “Nos enseñaban que ese esfuerzo que nosotros hacemos para correr, para hacer tacles, para el scraum, también lo hagamos en la vida cotidiana. Que cada vez que vemos una mala situación, le metamos un tacle, cada vez que se nos complique algo, que le hagamos un scraum, y que a pesar que sea pesada la carga, que sigamos adelante, que nos exijamos un poquito más que vamos a salir” .
Desde que salió en libertad, Juan pudo empezar a trabajar nuevamente, no se le cerraron las puertas. “Dios me ha bendecido, me ha guardado y me ha cuidado. Que nos escuchen a los que salimos realmente nos da fuerza, nos da aliento, porque la segunda oportunidad que nos dieron la estamos haciendo valer” concluye.
Dentro del penal, los partidos contra los vikingos (equipo de veteranos del Club Urú Curé) fueron de gran motivación para Juan. Tras una derrota el equipo visitante se fue asombrado del nivel que tenían Las Águilas, pensaban que iba a ser otra cosa. Hubo mucho respeto, mucha lealtad y sobre todo compañerismo.
Juan siente mucho orgullo y está feliz de poder pertenecer a las Águilas. De mostrar que se puede volar alto y que cuando uno vuela alto no se preocupa en caer, que baja en picada pero para recoger las cosas y volver. En las Águilas aprendió, a pesar de todo, el compañerismo, la hermandad, que todos son amigos y todos son hermanos, que todos son iguales. “Cuando jugábamos no nos sentíamos presos, nos sentíamos en casa, nos sentíamos en libertad” comenta. Él aprendió a entender y comprender cosas que no había comprendido antes. Aprendió a volar, a valorar lo que tenía y que antes no valoraba ni cuidaba. Aprendió a valorar a sus hijos, sus padres, sus hermanos, los que vieron el cambio que hubo en él y les gustó. Juan agradece constantemente a todos por creer en él, a todos los que apostaron por ellos, en darles una segunda oportunidad y por creer en la recuperación. A todas aquellas personas que pensaban que no estaban totalmente perdidos, sino que podían ser recuperados.
Hay en la sociedad, gente que también apuesta por las segundas oportunidades, son las personas y empresas que les donan las cosas. El caballero que les donó la camiseta es uno más del equipo para Juan, porque apostó por ellos. “Muchas gracias a cada uno, y en especial a la señora Pamela, muchas gracias. Ella siempre nos inspiró a seguir adelante, a esforzarnos, a volar muy alto cuando salgamos en libertad, volar, volar y volar. Nos da fuerzas, nos admira y la admiramos. Muchas gracias” concluye Juan.
Como Águila en libertad, Juan fue testigo de su propio proceso de renovación. No tendrá ni pico, ni plumas, ni alas, pero le abrió las puertas al cambio, y está feliz por poder vivir la segunda etapa de su vida…